El león

I
(2004 d. de C.)

La historia está repleta de su nombre,
indisoluble símbolo que encierra
la noción de un cuadrúpedo que aterra
en cuanto más la realidad asombre.

Regio sobre el metal de su renombre,
intemporal como la fe y la guerra,
su mito ha recorrido de la tierra
lo que ha tocado y trastocado el hombre.

Sarcófagos, escudos, monumentos
de mármol y de bronce, polvorientos
grabados, templos, astros, un vedado

sueño, la magia y la literatura
dilatan y prodigan su figura.
Los siglos son su auténtico reinado.


II
(24 a. de C.)

El ámbar de los ojos, la serena
pisada, el resoplido poderoso
de las fauces, las zarpas en reposo,
la salvaje y enfática melena...

Diez pasos le permite la cadena
fijada al pie. La oscuridad del foso
es perfecta, fatal. Arriba, el coso
reclama que comience la faena.

Un hombre armado con escudo y lanza
será el ejecutor de la matanza.
Se abre el postigo. El animal asoma.

En sus ojos no hay cólera ni pena.
Hay una imagen: la precisa arena
y en las gradas el público de Roma.


III
(2004 a. de C.)

La zancada es magnífica, certera.
La pendiente del monte no es un serio
obstáculo. Su instinto, su criterio,
lo empuja a remontar por la ladera.

Detrás de sí, cortando la pradera,
viene un hombre. Esta vez es un sumerio.
Luego serán los persas, el imperio
egipcio, China, Grecia, Roma entera...

Tres continentes tras sus huellas. Vanas
serán sus evasiones. En lejanas
regiones correrá la misma suerte.

Morirá muchas veces. La sentencia
abarca el porvenir: su descendencia.
La historia está repleta de su muerte.