Los fantasmas

–¿Quién eres? ¿Adónde vas? ¿Cuál es tu nombre?
–¡Yo soy un Espíritu divino como vosotros!
–¿Quiénes son los que te acompañan?
–Son las dos diosas-serpientes.
–¡Sepárate de ellas si quieres avanzar!

“El-Alma-que-se-concentra” es el Nombre de mi Barca; “El-Espanto” es el Nombre de mis Remos;
“La-que-estimula” es el Nombre de mi Cala; “Navega-derecho-delante-de-ti” es el de mi Timón.
Es modelado mi Ataúd de la misma manera, sábelo, durante la travesía…
Que mis ofrendas sean pan, y leche, y carne del templo de Anubis.

¡Que en el templo del Más Allá me sea devuelto mi Nombre!
Durante la Noche en que serán contados los Años y enumerados los Meses,
que pueda guardar el recuerdo de mi Nombre en medio de las Murallas abrasadas del Mundo Inferior.

El Libro de los Muertos



PRELUDIO
    
Este es el tiempo afásico que miente
desde los propios labios, el que edita
una porción de días infinita
sobre la breve escena del presente.

Este es el tiempo que ata nuestros pasos
a las lejanas huellas que perduran,
el que al millar de rostros que nos juran
amaneceres, signa con ocasos.

Este es el tiempo inánime en que el miasma
desde los pies nos sube hasta los hombros
y en que del suelo se alzan los escombros
de una palabra estéril de fantasma.

Tú que detrás de ti la vida empujas
hacia el abismo instante de tu muerte,
que mientras haya pena te divierte
cada agobiante noche que dibujas;

tú que, de andar, andado has por las venas
de la promiscua y honda soledad;
tú a quien le da su piel la oscuridad
para inventar caricias de cadenas;

tú que presumes tanto ser un hombre
como si acaso fuera merecido,
dime cuál es, con todo lo perdido,
bajo tus propios párpados, tu nombre.

¿No serás tú quizás aquél que fuiste
o ese que aún espera ser tú mismo?
Mírate bien: sólo es un organismo
envaneciendo a un alma porque existe.

Pero si en esta noche se acabara
cuanto de carne y años y vestido
tu dimensión te tiene permitido,
¿qué fiel cristal podrá imitar tu cara?

Reclamarás tu imagen al espejo
y exigirás respuesta, pero nada
devolverá tu voz, y tu mirada
se apagará en tus ojos sin reflejo.

¿Qué diferencia media entre tu estima
por lo que en cuerpo llevas y ese salto
hacia tu eterno lapso...? Calla en alto.
Deja el disfraz. La muerte no va encima.



I
ECO A DOS VOCES
    
Calla en alto.

Hay un espejo bajo la penumbra
retándose el reflejo en uno enfrente.

El viento
–más viento que aire–
invoca en murmullos emergentes
la última migaja que falta
por sacudir de la mesa.

Atiende con pleno equívoco,
con ese espacio entre tu sombra y tú,
con volátiles profesiones
al eco prolongado
en las ramas quejumbrosas de los árboles.

El cierzo se cuela en las entrañas,
las horas largas le alargan
el vacío a cada suspiro,
al clamor de la noche
que es un himno a las quimeras
sonámbulas,
perdidas
antes de aparecer.

Escucha...



II
MÁS ALLÁ DE LA PALABRA
    
Todo del sueño luengo
que se extiende en la piel de la vida,
de eso acontecido
en inmemoriales arrogancias corpóreas,
de leche y de sal,
de pan y cuentas claras,
de menos aun,
a un solo tiempo transcrito
en un rosario de instantes idiotas,
todo,
cómplices del tedio,
se ha dicho ya.

Y ahora,
¿qué resta en el campo de la palabra
que todavía pueda germinar?

Calla en alto
y escucha:

los fantasmas
no tienen nombre.



III
MEMORÁNDUM DE LA REVELACIÓN
    
Lo ha dicho el silencio,
bien lo sabe nadie.

Caminan como sin tocar la acera,
como aquellos recuerdos
que deambulan condenados
a no encontrar ladridos
ni muros tatuados de telaraña
en algún callejón marginado
del incipiente mapa de la memoria.

Acaso hay brumas entre ellos,
siquiera un sosiego de fumarolas insomnes
danzando,
en los confines de la mirada,
con insinuantes serpenteaduras
de nocturnas lejanías.

Tal vez se finjan existentes,
tal vez se sepan desconocidos,
tal vez,
de vez en cuando.

Pero no interfieren en las casualidades diurnas,
en las especulaciones
corregidas mediante catálogos imposibles;
no se meten en las almas,
no caben,
como no caben
en sí mismos.

Son hijos bastardos de la eternidad,
son fugitivos de las coladeras
y persecutores del infinito,
pues no hay quien les diga
que huyen de nada,
que se van de donde no estuvieron,
que no son...

aunque estén.

No hay quien les diga
que sólo le estorban a los muertos
con su inconsolable lamento
clamado a mentiritas.
No hay quien les hable ni de ellos mismos.
Porque no hay quien les conozca,
no hay quien les llame.
No se llaman.

Los fantasmas no tienen nombre.



IV
LA RUTA AL OLVIDO
    
¿Cómo cobrarse en la ausencia
las promesas embusteras de una compañía?

Avanzan a escondidas del tiempo,
hacen como que se dirigen
al lugar del olvido permanente
mas tienen aún la falsa convicción
de que van a alguna parte.

Cruzan los puentes amarillos
con presurosos pasos incógnitos
y la vista clavada en la nuca,
como si les empujara el miedo,
o la vergüenza,
o el recato
de presentirse algo más cerca
del cielo que les es prohibido.

Y aunque alguno se detenga
a la mitad del riesgoso trayecto,
es difícil también imaginar
que se extrañen
como un 'hubiera' de estirpe subterránea,

como raíces esperanzadas en ramas,
como gusanos devotos de fertilidad,
como llamados angelicales de lluvia,
como respuesta de tierra.

Y es que, difusos microbios
de huérfanos panoramas ciegos,
ellos nunca serán llamados,
ellos no saben contestar,
ellos no son voz.

Los fantasmas no tienen nombre.



V
CRÓNICA DEL ENCUENTRO
    
No hay maldición en la noche.

El infierno
canta el himno de los ángeles
en otra lengua,

y el insufragable instinto
de vagar en pos de foscas latitudes
no intercede ante ese infierno
en la prerrogativa de concepciones
inmaculadas y neblinosas.

Es una mor de brujas,
es un insípido andar
a espaldas de cualquier disimulo,
es nada,
que es bastante.

Entre ellos no hay contemporáneos,
convergencias de rutas
no se presentan al doblar la esquina.

Todos prosiguen en línea recta,
en inacabable afán de espacio,
pues tienen que satisfacerse
el engaño de constituirse vacuos
con la tentativa perenne
de medir las distancias con jamás.

Si alguno viene de frente,
el otro, que no lo ve,
lo presiente aproximarse,

lo intuye

bajo un impasible terror
de absoluta advertencia.

Nunca se detienen
pero se esquivan,
temblorosos,
en un desgajante intento
de aparentar lejanía a cercas.

Sienten cómo ambos fríos
se raspan en el costado,
en una intensa convulsión de esencias,
en una eternidad sulfúrica
comprimida, toda, en un instante.

Posiblemente se reconozcan
no mirándose partiendo por detrás
y suspiren agitadamente
como con una cierta impresión
de haberse salvado
de una inminente fusión de condenas.

Y se van,
con la inmortalidad partida en dos
por el filo brutal del encuentro,
como si cada uno fuera
la única gota evaporada de una lluvia prehistórica,
la sola vida que no vivieron,
la palabra que no emitieron,

el nombre
que no tienen.



INTERMEDIO
(Orfeón profético)
    
En el fondo de la jarra oscura,
de teatros con funciones
jamás arrojadas a la razón
(tal vez por lerdos engaños
de orillas que no piensan en los otros días),
se dice que duerme...

Coro 1:
“No hay juegos de guerras al borde de la boca.”

El que escribe:
“¿Quién se atreve a ocurrir
mirando gallos sin apuestas?”


Coro 2:
“No es posible que vengan más:
todos son espectadores.”


A tantas veces
que las patrañas de heridas favoritas
agradecen por sus dolores,
parece más extraña la oscuridad
que la ceguera de quien osa ver.

Desde el Ganges hasta el Amazonas,
desde las pirámides del Tajín hasta La Plaza Roja,
cuatrocientos mil rostros espasmódicos
no son suficientes para devolvernos
un solo gesto de fe.

Y aun cerrando las vías de la incertidumbre,
prevalece el deseo de apretarse a lo inalcanzable.

El que escribe:
“Es un encanto.”

Es una enferma flor de espanto
disfrazada de asentimientos.

Nos asedian las casas pintarrajeadas de atardeceres,
nos persiguen mirando hacia atrás
y su sola presencia nos escapa
las esperanzas de nombre.

La conciencia es la sorna de los siglos.
Desde Patmos se ha vertido
la hemorragia suprema de la gloria
y ninguna torre quedará en pie
después del galope de Marte.

Un penetrante olor de alcrebite
ronronea desde las arterias
hurgando, buscando,
gimiendo para sí.

Pues allá, más adentro,
abajo de lo desconocido,
hay algo que no se resuelve con sólo decir
“adiós”.

Y se piensa,
se comenta,
se murmura que jamás despertará,
vociferando a fulminantes bocanadas de noche eterna.

Pero lo hará.

Algún parpadeo será suficiente
para derribar hasta los muros más orgullosos.

Sí, es toda temor,
toda es miedo de colarse entre las piernas
y subir la médula con resuellos demoníacos
que, seguramente, serán más largos y pesados
que el mismo tiempo.

Despertará. Saldrá de su oculto letargo,
ante las miradas arrogantes,
ufanas de tanta debilidad.

El que escribe:
“¡Ha sonado la séptima trompeta!”

Coro 3:
“¡Ten miedo, Efeso!”

Coro 4:
“¡Huye, Pérgamo!”

Coro 5:
“¡Escóndanse todos en sus templos barrocos!”

De la virgen estallada en luces de neón
emergerá La Bestia.

Coro 6:
“¡Ay de los que no esperen!
¡Ay de quienes se pregunten!”


Veinte mil pájaros hambrientos de corazones
brotarán de los huesos almidonados y sosos
y aletargados
y pulcros.

El que escribe:
“¿Todavía caminas las praderas que imaginaste?”

Más lejos está el suelo ahora
que cuando la nostalgia lo pintó en tu pensamiento.

Pero te quedan los muslos de Babel
para quemar en espuma
el último bostezo de los ángeles,
para idolatrar por última vez
el péndulo de Psique en las esquinas.

Coro 7:
“¡Llora,
llora, Juan,
para que el aliento del Dragón no te consuma!”


Porque después,
a la sombra de sus garras,
faltará decadencia humana
para que quepan lamentos

en la voz.



VI
ELEGÍA SOLA
    
Bajo el refugio mudo de la calle,
a casi torcer las sombras
con penetrantes seducciones de calina,
conjurándose mutuamente un llanto,
un llanto lactante,
suave,
a riesgo de silencio,
dos pares de cuencas mentidas en aire
se soplan,
se mecen la noche,
cual si fueran dos olas en medio del mar,
cual si fueran dos presencias
compartiendo sus soledades.

Nada puede ser más solo
que el sentimiento de buscar algo
sin saber qué es.

Nadie ha de traducir el amor
que se golpea las alas deshechas
con su mismo aleteo,
en una colisión de ternura clandestina,
precavidamente peligrosa,
urgentemente eterna,
enferma de nunca,
de nunca...

¡Oh, ánimas truncas de historia
que se hallan en el vértice
de quinientos siglos de extravío!

¡Hijas del destierro conmiserante,
sálvense, boca en boca,
del cruel advenimiento de una recompensa divina!

¡Estréchense lejos,

lejos,

donde no puedan conocerse,
donde las ventanas no asomen
con indagantes pesadillas de carne!

Ha retumbado
por todos los confines de esta inmensidad prismática
el rugido del silencio nocturno,
y duran más las secuelas del deseo
que el amor más evidente
ovillado entre tanta soledad.

Fantasmagórico beso
de semejanzas etéreas,
alucinógenas prácticas de pavor
trocadas en pulsos efímeros y anónimos,
inercias desatadas en carencia,
misma impropiedad de llamamientos
a parpadeos eternos de orillas secas
y otro cansancio que antecede
a los gestos acariciados
en insoportables ajustamientos íntimos...

¡Oh, ánimas errantes!

¡Oh, espectros diluidos en olvido!

¡Oh, fantasmas sin nombre!



VII
EN BRAZOS DEL VACÍO
    
Lentamente,
sin huesos,
sin aire calando en las arterias,
se han enjaulado las horas
en vagabundas dislocaciones de miedo.

Pero todo sigue lleno de oscuridad,
la oscuridad abarca lo insondable,
la peregrina terquedad del desvelo,
la insuficiencia coagulada en los pozos de la mente.

Prórroga perpetua del abandono,
sublimación de un duelo desaforado,
permanencia en órbita mutante...

Todo en su lugar exacto,
cual si fuera otra cosa,
y el arcano de la estética
desprendida de propósito.

El indecente aroma de la continuidad
ha sido engullido
por las remotas blasfemias inconclusas de los grillos.

Atrás,
la sediciosa insistencia
de suspenderse en el limbo urbano,
la engatusante indiferencia de la sombra,
la luna prostituyéndose en las nubes,
el imperio del cierzo,
los fantasmas sin nombre
y la fragancia del alma
ahogada por el principio inalcanzable de las ideas.

Quizás,
algún otro que persiste en perderse
apartado de las persianas de su persona,

quizás,
las fantasías de la muerte,
el sexo callado de las figuras noctámbulas,
los silencios meneándose en el asfalto,
el recogimiento del sueño
experimentándose como realidad desalada...

Palomillas de amor quemadas en las farolas,
rituales de púrpuras ausencias,
siluetas secuestradas en las jardineras,
simples y ligeros hilos
de sílabas al borde de las alcantarillas...

Y entre la sensación y el sentido,
punto impreciso de un plano paranormal,
sucediendo epitafios
al alejamiento de reminiscencias interiores,

perteneciéndole a la noche,
a la noche toda soledad,
soledad toda tiempo,

con el viento negro y pesado
atravesando lo inútil de la conciencia,
mirándome tan próximo
a las manzanas sepultadas en humo,
me intuyo, me presiento,
me suspendo.

Me reconozco en el vacío,

callo en alto

y me resulta imposible
recordar
mi nombre.